Día 30: La Asunción de María al Cielo
El cuarto misterio glorioso del rosario
Apocalipsis 12:1-6
Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida con el sol, con la luna debajo de sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Estaba embarazada y gritaba con los dolores del parto. Entonces apareció otra señal: un gran dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos. Su cola barrió un tercio de las estrellas del cielo y las arrojó a la tierra. El dragón se paró delante de la mujer, listo para devorar a su hijo en cuanto naciera. Ella dio a luz un hijo varón, el Único que gobernará todas las naciones con vara de hierro. Su hijo fue llevado ante Dios y su trono, y la mujer huyó al desierto, a un lugar preparado por Dios, donde fue cuidada durante mil doscientos sesenta días.
La virtud de hoy:
Perseverancia final y pureza del cuerpo
Todo el ser de María pertenecía a Dios
Desde los primeros momentos de su vida hasta su último aliento en la Tierra, María vivió enteramente para Dios. Su cuerpo era un santuario de pureza. Su corazón estaba perfectamente alineado con la voluntad del Padre. Su alma magnificaba al Señor en todo momento.
Como nunca permitió que el pecado la tocara, Dios permitió que su cuerpo, el mismo que llevó a Cristo, fuera llevado, íntegro e inmaculado, a la gloria celestial. La Asunción no es solo un privilegio para María, es una promesa para nosotros. Revela nuestro destino final si perseveramos en la gracia.
Imitar a María es pedir la gracia de entregarle todo a Dios: la mente, el corazón, el alma y el cuerpo. Pedirle que purifique nuestras intenciones.
Fortalecer nuestra perseverancia.
Que nos enseñe a usar nuestros cuerpos con dignidad, disciplina y santidad, siempre orientados hacia Su Reino.